Viajar en la era del Coronavirus (COVID-19)

Todo empezó recién llegué a vivir a Alemania, octubre de 2019. Mi madre siempre quiso conocer Europa, y era la oportunidad perfecta para planear un viaje, ya que yo iba a estar en Alemania un buen tiempo.

Como muchísimas otras personas, ahorramos dinero para poder hacer el viaje. La moneda colombiana no se caracteriza por ser muy competitiva y por lo tanto, el viaje requiere planeación, lo que lleva a que la ilusión aumente día a día.

Habíamos decidido visitar España, Francia, Italia, Suiza y Alemania. El viaje duraría 30 días y todo estaba pago y planeado. La noche del 25 de febrero, faltando 2 días para iniciar el viaje, escuché en las noticias que en Italia el virus estaba tomando una ventaja preocupante. En ese momento, tenía opiniones divididas internamente. Además, aun estaba bajo una profunda ignorancia frente al tema.

Debo admitir, que llegué a pensar que el virus era una gripa más. Tal vez, influenciada por los memes comparativos entre la influenza, el uso del condón, los feminicidios y el Corona Virus, hicieron que le restara importancia al tema. Sin embargo, siempre tuvimos precauciones como el uso de anti-bacteriales y el lavado de manos frecuente.

Llegamos a España. Todo estaba bastante normal; había gente en las calles, aunque pocas filas para entrar a los museos. Tal vez, había un poco de menos gente en los lugares turísticos, lo que permitió que pudiera tomar fotos sin el grupo de 50 turistas chinos de la tercera edad. No sé si es porque escogí viajar en invierno, en temporada baja, o porque a este punto ya habían algunas medidas restrictivas para vuelos que arribaran de ciertos países. Confieso que en ese punto del viaje, me parecía maravilloso que hubiese poca gente en los lugares. Consideraba algo exagerado el limitar los viajes, aunque como les dije, seguía tomando precauciones de higiene un poco más rigurosas de lo normal.

Recuerdo en Barcelona, el 7 de marzo en la noche, estar hablando con una amiga del colegio. Ya las noticias sobre el virus eran un poco más alarmantes, había más comprensión del virus y menos memes que subestimaran la situación. Mi terquedad y yo, intentábamos justificarle a ella porqué yo debía tomar un vuelo dentro de 6 días de París a Roma. Hay dos razones por las que mi mente se resistía a abandonar la idea: En primer lugar, tenía una promesa con mi mamá de ir a la Fontana Di Trevi desde hace 6 años. Segundo, siempre he sido amante de la comida italiana, el vino y el gelato. Además, ya había organizado y pagado absolutamente todo.

Estando en París, notamos que los lugares más icónicos se encontraban cada vez más solos. Esta vez, no me generó el mismo gusto que en España. Por el contrario, me parecía algo extraño, algo inquietante y me preguntaba si tal vez estaba siendo demasiado terca y osada. Soy creyente, pedí señales para tomar la decisión correcta.

No creo que esto haya sucedido porque yo buscaba una señal, pero al día siguiente decidieron cerrar todos los museos de Roma y el Vaticano. En ese momento entendí que la situación era más seria de lo que pensaba. Cuando los gobiernos deciden actuar y sacrificar el turismo y la economía, es porque no es una simple gripa. Mi terquedad en ese momento cedió y acepté que debíamos cambiar de planes.

Decidimos quedarnos más tiempo en Francia, conociendo otras ciudades. Nuestros protocolos de autocuidado se volvieron más rigurosos; ya no montábamos en transporte público, sino que caminábamos o usábamos un carro que alquilamos. También evitábamos comer en restaurantes o ir a lugares muy concurridos.

Dada la situación, intentamos de muchas maneras ponernos en contacto con Avianca para adelantar el regreso de las personas que venían desde Colombia. En realidad, lo que menos me importaba era cómo iba a regresar yo a Alemania. Después de todo, estaba en el país vecino y podría tomar tren, bus, avión, alquilar un carro o hasta cruzar caminando la frontera. Todas las líneas de Avianca estaban colapsadas, las redes sociales también. Estaban dando prioridad a las personas que viajaban en las próximas 72 horas, y a mis acompañantes aún les quedaban 15 dias. Cada mañana, cada tarde y antes de acostarme,  buscaba las noticias para entender qué tanto había cambiado el mundo, qué fronteras cerraban sin previo aviso y cómo podíamos seguirnos moviendo. Me sentía en un videojuego de mal gusto; cada vez más acorralada, con menos opciones, perdiendo dinero y yendo a los supermercados a comprar lo poco que quedaba para comer algo decente, porque los restaurantes ya todos estaban cerrados por disposición de Macron.

Un domingo a las 4 de la tarde, me entero que el lunes cerrarían la frontera terrestre entre Francia, Suiza, Austria y Alemania. Ahí llegó la verdadera angustia. Casi todas mis opciones para regresar a casa, se habían frustrado, y no tenía suficiente tiempo para actuar. En ese momento entendí que la situación solo tendía a empeorar, y quería ir a mi casa, no exponerme más. Quería que este capítulo de Black Mirror terminara.

Nos pudimos comunicar con Avianca. Por supuesto, no cobraban penalidad en el cambio de tiquete de regreso a Colombia para mis acompañantes, pero sí la diferencia de tarifa que superaba ya los 5 millones de pesos. Ley de oferta y demanda, poca solidaridad por parte de las empresas ¿quisieras regresar a casa? Pues paga más, porque hay más gente que quiere lo mismo.

Emocionalmente ya estaba muy afectada. Veía día a día como la situación empeoraba, me preocupaba que de repente cerraran las fronteras (que entre otras cosas, es la mejor medida que se puede tomar) y que nos quedáramos atrapados en una cuarentena pagada en hoteles y en Euros. Por cierto, el Peso Colombiano seguía devaluándose a una velocidad que yo no recuerdo haber visto nunca. En menos de 2 semanas, había perdido un 20% de su valor con referencia al Dólar y al Euro. Esto hacía incluso más preocupante la situación, aunque teníamos suficiente efectivo que mi mamá compró cuando el Euro aun estaba a un precio estable.

Mentalmente, ya nos encontrábamos cansados, abrumados y con ganas de regresar a Casa. Logramos encontrar tiquetes para mis acompañantes de regreso a Colombia por 400 EUR desde Lyon, la ciudad grande más cercana que teníamos. Por suerte, aunque caro, encontré tiquetes también para mí para regresar a Alemania. La pesadilla en su primera temporada, estaba por terminar.

Mientras en El Dorado los controles de seguridad obligaban a medir la temperatura de cada persona y aislar los casos sospechosos, en Alemania el control consistía en un policía preguntando si alguien se sentía enfermo. Sin más contratiempos, y como Mickey Mouse, cada uno para su house.

Hoy escribo desde mi auto-cuarentena en Alemania, desde lo que llamo ahora mi hogar. Estoy en este momento en la pesadilla, pero la segunda temporada. Mi mente me juega malas pasadas, y en ocasiones me cuestiono si tendré el virus. También veo día a día como la economía sufre más y más. Como las estadísticas de infectados y fallecidos no se estabilizan. Ya las fronteras de Colombia están cerradas; en mi opinión, una medida tardía pero más que necesaria. No deja de inquietarme el hecho de estar en un país que, aunque me adoptó, no es el mío. Que aunque tiene un sistema de salud muy superior al del mío, estoy lejos de los míos. Que como me aplazaron el inicio del semestre un mes, tengo más tiempo para extrañar e imaginarme el cómo hubiera sido comerme ese gelato en alguna plaza de Italia. También me inquieta el no tener idea ni referencias diferentes a las películas de zombies y pandemias de cómo va a terminar esta situación, qué tanto va a cambiar el mundo y si las medidas restrictivas de las fronteras se mantendrán por un tiempo superior al que, de manera egoísta, me gustaría para poder regresar a casa.

Por favor, cuídense y cuiden sus familias.

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